No voy a hacer un análisis de la obra de José Antonio Agirre, pero sí creo que es necesario que se recuerde su visión sobre Europa y América porque es muy instructiva para comprender ciertas cosas que pasaron y que siguen pasando en la actualidad. Pues bien, el Lehendakari Agirre apuntaba en esa obra que, estando claro que la razón principal de la invasión de Francia por los nazis era la superioridad armamentística de los mismos, no fue menos importante la debilidad del espíritu democrático que se había propagado poco antes entre la población, siendo los principales culpables los propios dirigentes políticos que no supieron defender la libertad y la democracia.
Parece ser que en aquel tiempo hubo sectores políticos y también de la población en general que se dejaron engatusar con los cantos de sirena de la “seguridad” y el “orden” que ofrecían los ideales totalitarios, resultando atacada la democracia ante el ofrecimiento de una supuesta mayor seguridad. La marcialidad de los regímenes totalitarios de aquel entonces, es decir, la España franquista, la Italia de Mussolini y la Alemania nacionalsocialista deslumbraron a parte de los franceses.
Así pues, teniendo en mente lo que nos contaba el Lehendakari Agirre y las últimas noticias venidas de Francia, parece claro que ante una situación en la que la población siente inseguridad por alguna causa los enemigos de la democracia se apresuran a lanzar sus redes para pescar todo lo que se pueda. Y es que cuando, por la razón que sea, un Estado supuestamente democrático siente amenazado algún pilar de su organización, las medidas que se toman suelen guiarse por la “tolerancia cero”, denominación que al poder le gusta utilizar y aplicar cuando en el ámbito social se produce algún crimen horroroso que produce el rechazo frontal del conjunto de la sociedad, que ve con agrado que se tomen medidas drásticas.
Los poderes públicos deben utilizar las herramientas que el ámbito democrático les ofrece. Lo que ocurre es que a veces el Estado considera que tiene vía libre a la hora de acudir a la represión preventiva, lo que conlleva la erosión, lenta pero sistemática, del conjunto de derechos y libertades de la ciudadanía. Más aún si todavía queda algún tic del pasado. Es en esa coyuntura cuando los ideales que rayan con el totalitarismo antidemocrático tienen más posibilidades de ganar espacio.
Debemos hacer un ejercicio de reflexión sobre si realmente se están trasladando a la sociedad valores de tolerancia, libertad y democracia o si, por el contrario, lo que se traslada es la debilidad de estos conceptos. Si la conclusión que sacamos es la segunda, y no dudo que la tendencia en los últimos años es ésa, tendremos que prepararnos para tiempos difíciles ya que algunas ideas totalitarias y marciales pueden deslumbrar a los que dudan en momentos de crisis. A nadie se le puede llenar la boca con palabras como democracia si luego contribuye a minar el espíritu de la misma.
Por ello, no debemos olvidar lo escrito por el Lehendakari Agirre sobre lo que había visto en Europa en los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial cuando reflexionaba que no era la democracia la que había fracasado, sino los que debían defenderla por la debilidad de su propio espíritu democrático. Si los que ostentan el poder o tienen algún tipo de responsabilidad política dudan en momentos de dificultad o no tienen muy claros los valores de tolerancia, libertad y democracia, difícilmente podrán trasladar el contenido de éstos a la población demandante de soluciones.
Ahora que está comenzando un nuevo siglo, las ideas de índole totalitaria se encuentran disfrazadas esperando su oportunidad, buscando cualquier pretexto para aparecer como garantía de orden. Es obligación de todos y todas no ofrecerles nunca esa satisfacción.